Notas Acusmáticas
Por Dení Leds
Y a todo esto, ¿qué papel debemos tomar los músicos y artistas?
¿Por qué la gente se ofende cuando emites una opinión distinta a la suya? Al publicar cualquier contenido en las redes sociales, aún cuando sólo sean tus contactos o unos de ellos los que lo vean, por muchos filtros de seguridad que tenga, definitivamente estás expuesto a generar debate o controversias cuando uno de esos contactos decide emitir una opinión adversa a la tuya. El solo hecho de hacer del conocimiento público un asunto privado es invitar a que los demás opinen de él e implica estar abierto a la crítica, o a la simple cuestión más elemental de diálogo, debatir y argumentar.
De acuerdo con el artículo 13 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos, el concepto de libertad de expresión “comprende la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas sin consideración de fronteras y por cualquier medio de transmisión”, derecho que de acuerdo con la Declaración de Principios sobre Libertad de Expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos “es, además, un requisito indispensable para la existencia misma de una sociedad democrática”.
Pero el concepto de libertad de expresión –y con ello el derecho de pensar diferente- ha sido olvidado, casi sepultado en esta era millennial que ha demostrado una intolerancia agresiva contra quienes tienen una opinión diferente. Expresar una forma de pensar contraria en una publicación en redes sociales no significa que esa persona sea “intolerante” o que te esté “juzgando”, palabras preferidas de quienes se sienten atacados cuando lo único que se hace es ejercer el derecho de expresar su particular punto de vista con base en un análisis de lo publicado y que generalmente se interpreta como una “crítica”. Esto ha provocado la existencia de conceptos como “crítica constructiva” para diferenciar lo que se piensa como una opinión innecesaria o en “mala onda” –que, desde mi punto de vista, no hace más que abonar a la censura de la libertad de expresión-, de las que, según ellos y eso cuando les conviene o no les molesta, es una “crítica en buena lid”.
Vayamos un poco más a fondo: Una crítica constructiva, en este contexto, es una expresión valorativa que se comparte con el objetivo de ayudar a otra persona. Sin embargo, esta acción es interpretada como “hablar mal” de alguien o de algo al señalar sus defectos o faltas. El solo hecho de “criticar” no tendría por qué implicar una acción negativa o en detrimento de la otra persona, sino al contrario, de procurar un cambio positivo en ella. Por eso no me gusta el mote de “crítica constructiva”.
Para reforzar mi punto, en un estudio de Pew Research Center sobre Libertad de Expresión y medios de comunicación, publicado el 20 de noviembre de 2015, se reveló que precisamente la generación millennial es la que menos valora la libertad de expresión, ya que cerca del 40 por ciento se inclina por censurar discursos que puedan resultarles ofensivos. A pesar de que –se supone- es la generación más preparada gracias en buena medida al avance tecnológico y al acceso permanente a la información y la comunicación, paradójicamente la hiperconectividad con sus smartphones y a las redes sociales los han vuelto hipersensibles.
Si bien esta generación demuestra un mayor compromiso con el cuidado del medio ambiente, de informarse y de respeto a la diversidad, de igual forma se demuestra totalmente intolerante a las opiniones distintas a las suyas. En el estudio de referencia se señala que “los millennials estadounidenses son más simpatizantes que las generaciones mayores a decir que el Gobierno debería ser capaz de prevenir que la gente haga declaraciones ofensivas sobre grupos minoritarios”, sin embargo se expresan continuamente y de una manera muy despectiva ante quienes tienen una ideología diferente.
Según Claire Fox, directora del Instituto de Ideas en el Reino Unido y autora del libro I Find That Offensive!, los millennials “reaccionan agresivamente porque creen que tienen derecho a hacerlo y además exigen disculpas si llegan a sentirse ofendidos” aunque las críticas sean válidas, puesto que no toleran las opiniones distintas y no saben cómo lidiar con ellas. Este fenómeno ha sido particularmente visible en las universidades de los países primermundistas, donde las instituciones más tradicionales han llegado al extremo de prohibir a sus profesores opinar sobre temas políticos, de raza o género porque consideran preferible “proteger a los alumnos de supuestas agresiones”. Al respecto Chris Patten, rector de Oxford, definió el fenómeno como una situación preocupante que va en contra de la idea misma de la universidad: “está claro que debe haber límites como no promover el odio y la violencia, pero es incomprensible que los estudiantes y algunos profesores quieran protegerse de las visiones que no les gustan mediante la censura y la intolerancia al debate” (https://www.semana.com/vida-moderna/articulo/la-generacion-de-jovenes-de-la-actualidad/506917).
El uso constante de las redes sociales ha potenciado una suerte de egocentrismo en la generación descrita. Inclusive hay investigaciones que hablan de un narcisismo exagerado donde la imagen que proyectan en sus cuentas de Facebook, Twitter e Instagram es tan importante que las selfies y los “likes” son los criterios en los que se basan para medir su aceptación y reconocimiento social.
En lo personal me he topado con publicaciones en redes sociales que dicen cosas como “hoy cualquiera se siente con el derecho y la capacidad para emitir juicios sobre las publicaciones de otros (sin que nadie se los haya solicitado); aunque en realidad sólo aprovechan la oportunidad para hacerse notar, si bien, sólo por un instante y no siempre de manera positiva”, o “hay una historia detrás de cada persona. Hay una razón por la cual son como son. Piensa en eso antes de juzgar a nadie”, o “en la mayoría de las veces es muy fácil aventarse a juzgar sin saber el contexto”; peroratas que revelan un marcado rechazo a las opiniones distintas a la propia.
Esta tendencia lamentablemente también es muy marcada en el ámbito artístico, donde la diversidad de opiniones y manifestaciones es tan vasta que debería ser motivo suficiente para tolerar a quienes piensan diferente. No obstante la discrepancia de la generación millennial provoca la cerrazón de quienes deberían ostentarse como voceros de la pluralidad de opiniones y de las distintas maneras de ser, me refiero a los músicos y artistas en general que no se salvan de esta propensión a la intolerancia. Recordemos que de eso se trata el arte, de expresar ideas tan variadas y tan únicas que todas son valiosas y deben ser respetadas.
Sinceramente creo que la labor de los artistas (músicos, pintores, fotógrafos, escritores…) debe ser crear conciencia en esta generación que se ha inclinado hacia el conservadurismo en lugar de afrontar los nuevos retos que exigen los cambios en la ideología dominante. Seamos abiertos, respetuosos, tolerantes y “alivianados” ante quienes son diferentes o quienes piensan distinto. Esa es la base de la democracia, esa es la base de la vida y de las libertades individuales. Y sobre todo, no olvidemos que las críticas nos fortalecen, por tanto no hay que tomarlas como algo negativo aunque no nos guste lo que estemos escuchando, porque siempre habrá una perspectiva distinta a la nuestra y todas son válidas.
Moraleja: Ahora que ya entendemos el concepto de crítica, si no quieres ser criticado, no hagas pública tu vida.