Por Dení Leds
Ser músico tiene su encanto. Cómo no sentirse bien cuando la gente -todavía- se sorprende cuando dices las palabras mágicas: “soy músico y tengo una banda de rock”. Pero nunca faltan quienes se pasan de carrilla con el clásico “tócate algo” (léase La Chispa Adecuada, Música Ligera o del estilo).
Tampoco podemos negar el gran orgullo de ir por la calle o entrar a un lugar, cargando con una guitarra al hombro, un bajo, un sintetizador en cada mano o simplemente con las baquetas en la bolsa trasera del pantalón e instantáneamente ser el foco de atención. Aunque no sepan nuestro nombre, la gente sabe quiénes somos y qué es lo que venimos a hacer.
Hay un ambiente de admiración y curiosidad instantáneo cuando dices “soy pianista”, “soy guitarrista”… Cuando te dedicas a los covers gozas de ese brillo en los ojos de las personas e interés inmediato por saber dónde tocas. Pero cuando dices “tengo mi banda original”, la reacción es de asombro total y en ocasiones de incredulidad. No obstante, en ambos casos y a pesar de la sorpresa, la percepción general es que eres un “muerto de hambre”.
Lo anterior podría pensarse con justa razón, ya que es una de las profesiones más caras y peor pagadas. Los buenos instrumentos son muy costosos. Un teclado o sintetizador de buena marca pero de gama media puede costar entre 10 mil y 20 mil pesos. El mismo caso con una guitarra o un bajo, sólo que también se necesitan cuerdas aproximadamente cada 2 meses (o hasta que se rompan), con un costo que ronda los 200 pesos. ¿Qué decir de los cables?, si salen buenos estamos hablando más o menos de 300 pesos entre 5 y 10 metros. Y así podría seguir hablando de los costos “técnicos” (no he mencionado pedales, atriles, micrófonos, pilas, fundas, amplificadores, bocinas, mezcladoras, etcétera…)
¿Y los ensayos? Pues si tienes una banda emergente quizás te veas en la necesidad de rentar un cuarto que se dedica a esto en el que te cobrarán alrededor de 200 la hora. ¿En cuántas horas crees, querido lector, que podrías tener listo un set de 6 a 8 canciones originales? Ahora, suma las cantidades y ten en cuenta que, como dice el dicho, “la práctica hace al maestro”.
Ni qué decir de la inversión por clases, cursos o especializaciones en alguna academia, así como lo más dispendioso: la grabación de nuestra música en un estudio; en donde una sola canción puede costar entre 3 mil y 10 mil pesos, todo depende de la calidad y experiencia del estudio.
Imagínense ustedes, si tocar covers, es decir, interpretar música que fue creada por alguien más en otro lugar y otra época tiene un elevado nivel de dificultad (porque, hay que decirlo, no cualquier ser humano es apto para ser músico), ahora piensen en la proeza de “crear” algo totalmente nuevo e interpretarlo.
El reto, por supuesto, es lograr un sonido diferente y llamativo, que “conecte” con el público y por tanto, se logre identificar con nuestra música. Se trata de una serie de ingredientes que pocas bandas logran: creatividad, esfuerzo, sinceridad, pasión, práctica y trabajo duro.
Componer no es “enchílame otra”. Por muy buen intérprete que seas, por mucha técnica o estudios musicales que tengas, no siempre eres elegido por la gracia de los dioses. Ahora, si eres uno de los privilegiados, tampoco es como decir “voy a escribir una canción” para que salga de corrido. Necesitas estar motivado, haber vivido una experiencia buena o mala que te marque y te haga componer, aunado al ensayo y ensamble con la banda, el cual puede tomar inclusive meses en perfeccionar.
El punto más destacable, desde mi perspectiva, es el regocijo de tocar tu música, que no es más que un cúmulo de sentimientos únicos, que nadie más ha sentido pero que permitirá, una vez grabados, hacer que muchas otras personas se identifiquen, bailen, canten, sueñen, imaginen y “sientan”. A la par, no hay nada más satisfactorio que estar en un escenario y que la gente coree junto a ti, que te inunden de aplausos y gritos de emoción.
Es la pasión, pero también la adicción de nosotros los músicos. Una vez que vives la adrenalina del escenario, sea chico o grande, sea de día o de noche, no la quieres dejar jamás. Un músico que ama lo que hace no puede encontrar mayor frustración que el impedimento de presentar su arte, así sea a una o 10 mil personas, porque el músico independiente se alimenta de la energía que le retribuye su auditorio.
Y ha sido muy debatido el tema de si los músicos emergentes deberíamos cobrar o no por nuestras presentaciones. Por un lado, es evidente que la música emergente la conoce poca gente, es decir, “estás empezando”. Por el otro, a final de cuentas es un trabajo, artístico, sí, pero no por ello menos importante, aunque se demerite constantemente. Los bares, foros y lugares donde “te permiten” presentar tu música ni siquiera se inmutan en pensar en darte una remuneración por toda la inversión y gastos que los músicos independientes tenemos que realizar antes de un show. Al contrario, nos exigen llevar un mínimo de equis personas (que consuman en el lugar, claro) y, en el peor de los casos, nos obligan a vender boletos que, si no alcanzamos a repartir, nosotros los músicos -o la banda- serán quienes tengamos que pagar. Como ya he dicho anteriormente, ¡ya ni las chelas invitan!
Lo peor de todo es la actitud de desprecio con que estos vivillos tratan al “muerto de hambre” que viene a presentar su arte. En primera, la música ni siquiera la consideran como un arte, el primer error garrafal de todos los “promotores” que se dedican, no a ayudar a las bandas, sino a desangrarlas para el beneficio de los pequeños o grandes empresarios que organizan eventos.
En segunda, no te pagan y quieren que tú hagas todo el trabajo de invitar gente para que te vean. Un paréntesis en este punto: Si eres músico independiente no quieres estar invitando a tus amigos de siempre en cada oportunidad que tienes de tocar, lo que quieres es que gente nueva te escuche… ¿capisci?
Tercera y muy importante: El equipo con el que vas a tocar. Las bandas inexpertas no saben -pero lo aprenderán- que tocar con un mal equipo no solamente pone en riesgo tu carrera musical en ciernes, sino que además es una experiencia sumamente frustrante. Hay que considerar que se trata de música “nueva”, y si suena mal la banda se quema, por lo que, en consecuencia, los posibles nuevos seguidores o fans no querrán volver a escucharla. En resumen: La música sonará mal y la banda se verá mal. ¿Quién sale perdiendo, el lugar o la banda? Así que cuando una banda no quiera tocar con el pésimo equipo -ni de segunda- que ponen a su disposición los “promotores”, no es por sangrona, es por su bien.
Para concluir, quiero decir con todos los pelos de la burra en la mano -porque lo digo por experiencia-, todos aquellos vivillos que se dedican a explotar a las bandas emergentes no tienen ni la más mínima vergüenza. No les interesa el bienestar de la banda. No les interesa si tuvimos que gastar gasolina, Ubers, viáticos o lo que sea para presentarnos el día que fuimos “invitados” a tocar. No. A estos vivillos les interesa sacar provecho a costa de nosotros los músicos independientes, de esos “muertos de hambre” que lo único que queremos es tocar, pero no tocar por tocar, sino tocar bien; si no nos van a pagar por exhibir nuestro arte, por lo menos que haya un buen equipo, seguridad en el lugar y un trato amable para un artista que tiene que luchar contra todo y contra todos. Lo menos que pedimos los músicos independientes es que se nos vea con respeto y se cumplan los acuerdos que ofrecen quienes conforman el mundo capitalista de la música: promotores, disqueras, agentes, managers, radiodifusoras, conductores, foros, bares y todo aquel etcétera que pretende usar a las bandas emergentes para sus eventos.
Somos artistas, no estúpidos. Hagan un poquito de conciencia.
En la siguiente entrega hablaré a detalle de los vivillos y sus fechorías contra los músicos independientes.