Mi movimiento central en la industria musical está en la escena del rock. He vivido mucho ahí: de todo. Desde grandes y gratas experiencias, hasta verme en la necesidad de demandar una “productora”.
Desde el lado artístico las vivencias no han sido pocas. También he recorrido un camino largo. Hoy, deseo compartir una reflexión producto de dichas experiencias:
Las envidias entre bandas no son tema nuevo, las hemos visto en muchísimos lugares. Que si yo quiero tocar primero, que si a él lo sonorizaron mejor, que si éste llevó a su gente y cuando le tocó a la otra banda se fueron.
Los problemas del rock local son muchísimos, pero el principal me parece el siguiente: El rock no se trata del rock.
En dicho sentido, mucho tenemos por aprender de otros géneros. En particular, me quiero centrar en uno que ha llamado mi atención desde, al menos, el último medio año: el rap.
Durante los pasados meses he descubierto producciones discográficas y batallas de free style con una narrativa conceptual bastante sólida. Toda una estructura cultural que se desprende del hip hop, que me era desconocida en su totalidad.
Lo que más llamó mi atención, y en lo que más me metí, fueron las batallas de free style, y ahí es donde residen una serie de elementos envidiables, desde mi perspectiva.
En primer lugar: lo más increíble para mí fue notar la gran capacidad para emocionar y conectar con la gente (el público) sin necesidad de un solo instrumento. Literal, los contendientes asisten sólo con su talento para rimar y fluir a través de la base instrumental. No se visten con lentejuelas, o se pintan el cabello de verde; y si lo hacen, eso no les suma puntos en realidad.
¡Ruido, ruido, ruido!, grita el presentador de los eventos, a quien los espectadores responden cumpliendo su petición. Ellos están ahí sin tener idea de lo que van a escuchar, pero saben bien que lo que van a vivir es un gran experiencia: por que se trata del rap, no del rapero (o MC) que vaya a estar.
Por supuesto, los nombres de prestigio también existen: un evento donde ACZINO, hoy reconocido multicampeón a nivel mundial, participe será garantía de un evento sin comparación. Sin embargo las sorpresas no dejan de surgir. A pesar de existir favoritos, y de que el público no dude en apoyar a sus preferidos, un concursante desconocido no tiene más que hacer que demostrar su nivel para llamar la atención de la escena.
Parece de ensueño. Cuando empecé a reflexionarlo, apenas podía creerlo. Así que decidí asistir a un evento:
En el hundimiento lateral de la Plaza de la República, a un costado del Monumento a la Revolución… ahí estaba: El club de la pelea: un tradicional evento de free style a nivel local.
Paréntesis
¿Sabías que las frases aisladas no son materia de reserva de derechos de autor? Por eso un evento de free style se puede llamar así. Tú podrías, de hecho, usar la frase “El lado oscuro de la luna” en una canción, y nadie podría demandarte.
Fin del paréntesis
Llegué media hora después de la hora oficial de inicio del evento. Esperaba ver lo tradicional: un escenario (una tarima al menos), P.A., la mesa del DJ, etcétera. Ingenuo de mí: No había nada de eso. En su lugar me encontré con más de 300 personas ya reunidas en el lugar.
Mi primera acción fue la obvia: buscar a los “headliners”. Al centro, K-Road, productor popular de la escena rapera; al centro, concursando, RC TFK: MC con varios años de trayectoria, campeón -de hecho- del Club de la pelea, en una ocasión. A la derecha, gente; a la izquierda, más gente. En los alrededores, aún más gente.
“¿Y ya?”, es mi pregunta inmediata, “¿y el resto?”. Mi cuestionamiento se ve interrumpido por otro elemento que capta mi atención: escucho música, pero no veo al DJ. Busco entre la gente, pero no se ve nada.
Al centro, frente a los concursantes del momento alcanzo a vislumbrar una bocina; de donde -supongo- debe emanar la música. En efecto, es así; pero no es un celular el que emite el sonido; no es una mesa de mezcla tampoco: ¡es una persona!
Justo ahí es cuando caigo en cuenta de lo que es en serio un beatboxer. Lo sabía desde hace muchos años, pero nunca había visto uno en acción hasta ese momento. El sujeto mantiene el ritmo durante toda la batalla; y al final hace una demostración impresionante de su talento: su voz hace el sonido… ¡de una guitarra eléctrica! “Basura, eso no se puede”, pensé cuando anunció que lo haría; “este chavo es un dios”, pienso después de que lo haga.
El evento transcurrió como cualquier otro. Y eso fue lo que más pudo impresionarme: El 90% de los concursantes eran o enteros desconocidos, o principiantes con pocas batallas en su historial. ¡pero el público los recibe y celebra como a los grandes!
“¿Por qué, por qué, por qué?”, no pude evitar preguntarme. ¿Cuándo un evento rockero de bandas o desconocidas o con pocas presentaciones en su historial podría tener esa capacidad de convocatoria? Hasta en eventos de bandas locales “posicionadas”, lo más que he llegado a ver son 50 personas. +
Llega a mi mente el movimiento impulsado por Botellita de Jeréz: Rockotitlán. El baterista de mi banda me había platicado su historia, y recuerdo que dijo que “eso ya no era posible por el internet, pues antes para escuchar rock tenías que ir a esos eventos, y sólo así podías descubrir bandas; era eso o El Chopo, no había más”.
¿Será?, pienso ahora. Si el rap puede, ¿podrá el rock también?
A la mitad de la competencia llega ACZINO al lugar: la gente lo celebra por 30 segundos, y luego la batalla sigue. El multicampeón no pronuncia ni una sola palabra: sólo saluda con la mano, y ya.
Él está ahí, pero el evento no se trata de él. No hay ni una sola cerveza en el lugar, no se trata del alcohol tampoco. La batalla duró más de seis horas, y la gente en lugar de reducir, aumentaba. No dudaría en apostar que ese día hubo más de 500 personas reunidas… para ver rap.
¿Será que un día el rock pueda lograr algo similar? Una plataforma que permita al género no perderse entre egos, ni apariencias, ni nada. Un formato que permita al rock deberse a sí mismo. Una manera en la cual el rock pueda tratarse del rock, y ya.